por Guillermo Almeyra
(15 de diciembre de 2009)
Bolivia conoció en el pasado otra revolución, otros gobiernos nacionalistas, grandes movimientos de masa, experiencias de poder dual (COB-MNR, sindicatos-gobierno, milicias obreras y campesinas-Estado), reformas agrarias impuestas por la ocupación de las tierras por los campesinos e, incluso, brevemente, otro presidente indígena , el Tata Manuel Belzu, el que echó del país al embajador inglés montado al revés en una mula. Pero nunca, jamás, los movimientos sociales durante diez años seguidos conquistaron primero las calles (en la guerra del agua y en la del gas) para tomar después las instituciones mediante mayorías electorales siempre crecientes y, por último, refundar el Estado mediante una Asamblea Constituyente y refrendar la conquista del Estado plurinacional y de las autonomías y los derechos indígenas y comunitarios (además de los regionales) mediante unas elecciones en las que participaron más del 90 por ciento de los electores.Este proceso revolucionario no se explica sólo por Evo Morales, aunque éste lo canalice, respalde y dirija, sino que la importancia de la figura de Evo, por el contrario, se explica por el proceso mismo, que lo empuja y al cual obedece pero donde también se iza. Evo pasó así en pocos años de ser sólo uno de los diputados indígenas, con menos del 4 por ciento de los votos, a sacar en las elecciones presidenciales del 2002 el 20.9 de los sufragios (el MAS obtendría el 11.9), para obtener en las del 2005, de las que salió victorioso, el 53.74, pero sin tener aún mayoría absoluta en el Congreso y, ahora, en las elecciones generales del 2009, casi once puntos más que en las anteriores (cerca del 65 por ciento) y el control absoluto de la Asamblea Nacional, donde el MAS logró dos tercios de los puestos.